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De la montaña a la génesis

 

   Colette Duck vive su arte no como ascetismo sino como un gran amor, erótico y maternal a la vez, instintivo y apasionado, fiel hasta la obsesión al único objeto de su deseo: una montaña, en algún lugar lejano de Austria. cerca de sus sueños y de su infancia, el Zugspitze al que vuelve constantemente para plasmar todos sus aspectos, regenerándolo cada vez con sus miradas, sus fotografías, sus dibujos y ahora sus pinturas.

 

   Hace ya unos años, el tiempo y sus ritmos, sus sucesiones, sus renovaciones, sus duraciones y sus instantes, sus diferencias de climas y luminosidades fueron inicialmente objeto de su principal deseo. A través de la fotografía dio cuenta de sus amorosas contemplaciones de los rosas y azules que testimoniaban la vida de “su” montaña, sus calentamientos y sus enfriamientos. Así como sus cuadros de cobalto viven la atmósfera ambiental y cambian de color, pasando del azul al rosa según el grado de humedad.

 

   Luego dibujando, luego pintando, la mirada se convirtió en caricia, simbiosis con la materia. Su pintura de amor, dice, vuelve a un bienestar en la encrucijada hacia la amplitud del barroco y la afectividad del romanticismo. Allí redescubre la noción de profundidad: una perspectiva y un espacio que lo abarca todo y que impregna la superficie del lienzo o del papel a través de la aplicación del gesto creativo. Ya no la de los efectos de luz del Renacimiento o las veladuras de la fotografía sino la del material cuya diversidad amplifica: plastilina, pastel, cobalto, grafito.

 

   Sus pinturas ya no nos confrontan como fotografías o videos, con un testimonio amoroso, sino con el acto de amor del artista con su deseo y su pulsión. Lo representa sin expresionismo ni deseo de posesión restrictiva sino al contrario con la alegría de descubrir todas sus facetas, cada vez nuevas y sin embargo partícipes de una misma identidad, quedando su amor por lo "mismo" simplemente en el de no poder cansada.

 

miguel baudson


 

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